Pasa el cercanías a lo lejos. Ya no lo oigo. Se habrá metido en el tunel.
Abro la ventana de mi habitación aunque sé que ya no estará a mi vista.
Es mi habitación, en casa de mi madre (y de mi padre).
Con la ventana abierta oigo una urraca graznar “ruacarracarrá”.
Me asomo más y la veo posarse aquí abajo, sobre una farola.
Me inclino más. Para seguirla con la mirada me doblo sobre los olorosos geranios de mi madre.
El piar de un gorrión pasa por allá, más lejos.
No miro, por no perder de vista a la nerviosa urraca.
Las plumas negras son más bien verdeoscuras cuando las da el sol, que brilla ahora que no llueve.
La urraca, que también será madre, tendrá el nido lleno de joyas, y sus polluelos se asomarán también al oír el tren.